EVOCACIÓN EXISTENCIAL
EN TENACIDAD EMIGRANTE,
tercer poemario de Iván Figueroa.
RICHARD WILSON
ARTEAGA,
escrito entre Dic.
2017 y Mayo 2018
Un obsequio para comentar:
Una tarde de finales
de noviembre del dos mil diecisiete, en el Café de una Librería de Managua, el
poeta Iván Uriarte me regaló el libro TENACIDAD EMIGRANTE. Este
es el tercer poemario del autor Iván Figueroa.
Al recibir aquel
obsequio, pensé: si ese amigo me regala este libro, es porque le gustó; y
confía que su contenido también me hará disfrutar; o sea que espera ver en mí
los buenos momentos que a él le deparó. Pero también este donativo me estimula
porque me hace saber el concepto que el poeta Uriarte tiene de mí; pues, un
amigo hace un regalo según la imagen que tenga de quien ha de recibir su
presente. Por eso, parafraseando a Julio Cortázar (“Preámbulo a las instrucciones
para dar cuerda al reloj”[i]), me atrevo a decir que
al regalarme ese libro, el poeta Uriarte me entregó la obligación de
decir algo sobre su regalo. Y, con el ánimo de saldar ese deber, me
atrevo ahora a comentar el poemario del apreciado poeta Figueroa.
El autor y su obra:
Iván Figueroa es un nicaragüense nacido
en la caribeña ciudad de Bluefields, el 7 de abril de 1956. Pero, por los
avatares de la vida, emigró a edad temprana hacia la capital del país, en donde
realizó estudios secundarios y superiores. Enseguida, ya siendo un caballero de
casi tres décadas, retornó a la ciudad de origen para hacerse cargo de la
gerencia de diversas empresas estatales. Pero, con el cambio de autoridades
nacionales producto de las elecciones generales de 1990, dejó las
responsabilidades administrativas que tenía; y en 1992 emigró hacia los Estados
Unidos de América, para establecerse en la Riviera Californiana. Y, allí
reside. Por lo que no debe confundirse a este autor centroamericano con sus
homónimos -uno mejicano y otro chileno-, quienes también han incurrido en el
dulce placer de la literatura.
Aunque las inquietudes
literarias de Figueroa las traía consigo desde su juventud, es ya entrado en su
madurez vital, en un afán de autodescubrimiento, cuando se encuentra con el
placer de volcarse a sí mismo a través del arte escritural de la poesía. Y
magma de su erupción son sus poemarios “LITORAL” (2,011), “RIVIERA” (2,012),
y ahora “TENACIDAD EMIGRANTE”, que le ha sido publicado en Managua,
Nicaragua en el año 2017 bajo el sello de la Editorial Amerrisque, con edición
al cuidado del laureado poeta y crítico literario nicaragüense Iván Uriarte,
quien también se lo ha prologado.
El libro:
Esta edición de TENACIDAD
EMIGRANTE, en su presentación material, es un libro ajustado a los
cánones actuales dictados por la premura del tiempo y la agitación de la vida
moderna. Pues, es breve. Para leerse en un solo tirón y en poco tiempo. Pero,
en él caben ochenta y un prosemas y dos poemas; todos intensos y penetrantes,
si los juzgamos por las evocaciones de la identidad territorial y de la
existencia humana, y por sus denuncias en pro de la preservación de la
naturaleza, que contienen. Son piezas literarias producidas desde la
perspectiva de un emigrante, y, por ello, escritas desde lo más hondo del
sentimiento identitario de un nica-caribeño que ha libado el gin de la patria
ausente.
Las piezas literarias
de TENACIDAD EMIGRANTE, constituyen verdaderos y muy
logrados prosemas y poemas, revestidos cada uno en suficiencia para hacer
brillar, en forma autónoma, su riqueza lírica. De manera que la distribución de
ellos en las cinco partes que se extienden a lo largo de las ciento once
páginas del libro, vienen a constituir solo un buen orden serial para
deglutirlos mientras se cabalga en los estira y encoge de la existencia humana
de un punto centroamericano.
Primera parte: «Caminos Costeros».
Esta la componen
dieciocho prosemas en los cuales el autor invoca y evoca el transcurrir de sus
primeros años de vida. En ellos, usando el cinematográfico recurso de la
analepsis, nos hace verle chapoteando en la Bahía de su Bluefields
natal, en cuyas aguas, otrora muy limpias y sanas, rememora que hallaban el
diario sustento él y sus coetáneos. Así, en el prosema «Hábitat amenazado»
(p.16), el proseta (porque escribe prosemas) dice: “… en ese
litoral de pobreza disfrazada con tintes de felicidad, al morir el sol,
resucitaban los cueros con su tumbao caribeño acompañado de maracas y cencerros
atraídos por lindas caderas de ébano haciendo de la noche un bacanal.” Con
lo cual, el autor evoca su espacio y su tiempo, resaltando por supuesto, que
había que sudarse para llevar el pan a casa. Por lo que enuncia: “… Las
entradas de mar al compás de la marea mostraban andanadas de conchas negras, en
cada luna brillaban los bancos de ostiones… los nativos Misquitos, Sumos, Ramas
y Garífunas habían madrugado en la gran travesía por ríos y lagunas para ser
los primeros en la vendimia…” Dejando sentado así su existencial
melancolía.
También
mantiene el autor en los primeros trece prosemas de esta primera parte, una
constante voz de denuncia por el ecocidio que ha significado, según su
percepción, la indiscriminada tala de los bosques, esos que tan solo hace
cuarenta años cubrían exuberantes el caribe nicaragüense. Alude la despiadada
contaminación ambiental, y argumenta que las cristalinas aguas de los antaños
surcos hidrográficos, por la acción criminal de sus mismos habitantes y de
quienes están llamados a protegerla, son ahora inexistentes. Y por eso, en su
prosema «Efecto añoranza» (p.18) el proseta exclama: “… En
las antiguas rutas acuáticas se ven secos caminos, un desastre ecológico… me
obligan a despertar a una premonición que prefiero no imaginar…” y agrega
que no está lejano el día en que («Nota roja» p.26) “En un periódico
del otro mundo se leerán las crónicas del exterminio planetario con el fatídico
título: Hijo mata a su madre y se suicida”. Y cierra este acto diciendo: («Descarga»
p.27) “No encontré mejor manera de expresarlo que el viejo recurso de la
poesía”. Y patentiza esto con el prosema «Felicidad y un tequila» (p.28),
con el cual manifiesta: “…prendiendo la chispa de la inspiración dormida,
conocí por primera vez el placentero ocio de escribir”. Dice esto aun
sabiéndose frustrado por el ecocidio denunciado, y sintiendo el dolor de su
distante Bluefields afrodescendiente, mientras está allá en las cercanías del
desierto californiano, al calor del dólar y del tequila.
Después
de aquel actus iure de denuncia, gira decisivo el
proseta hacia la ruta de la invocación existencial (humanus actus), y en
su prosema «Episodios» (p.30) alude a un joven afrodescendiente de
su Bluefields amado, forjado en el desprecio y la discriminación, presentándolo
como un símil con la humanidad, quien en el carnaval de la vida hacía de bufón
para divertir a sus coetáneos, compartiendo alegrías en adversidades, luchando
contra el enemigo o la “enfermedad mental” denominada pobreza; y
redarguye en este punto el autor que “fácil es quedarse en el prolongado
descanso de la indiferencia” y no batallar por un mañana mejor.
Y va a fondo en su
reflexión existencial retomando lo que dejó inconcluso en su prosema (Afro-caribe-nica,
p. 19), con el que alude a la identidad local, nacional y universal, esbozando
la idiosincrasia caribeña y nicaragüense con énfasis en la comunidad
afrodescendiente, al referir las danzas electrizantes del pueblo Garífuna, así
como la del reggae y la pélvica danza del Palo de
Mayo; sin soslayar el mecido calipso tropical. Y, enseguida, desde la
perspectiva de su torre de marfil situada en la Riviera californiana, navega
como buen internauta hacia el Sur del continente que descubriera Cristóforo
Colombo, en un afán de reencuentro con su tierra natal; con Tasbapauni; con el
hilo de tierra que hay entre el mar Caribe y Laguna de Perlas, donde existe
un “…rincón ideal para esconderse de las humeantes… ciudades”. Y en
su prosema «Por el áspero camino» (p.29), reflexionando de
previo sobre lo que será de sus días postreros, cuando ya cansado por los años
llevados encima, con el honor de haber sido alguien o el dolor de haber sido
nada, dice: “Por el áspero camino vendrán nuestros hijos a recoger lo que
sembramos.” Luego, al ritmo del prosema «Naufragio» (p.31)
aborda la historia reciente de su patria Nicaragua, la que después de utopías y
revoluciones incubadas por rebeldes ideas, otra vez se ve manoseada por falsos
mesías que predican paz pero viven odiando. Y, expresa: “Nos cayeron
garrotazos, chorros de agua, libretas de racionamiento, persecuciones y cárcel…”
Por lo que, en afán escapista, prefiere “… naufragar mil veces y renacer
entre la purificadora espuma de la libertad hasta llegar a la vejez…”.
Vejez que, en el ser humano, el proseta compara con un reloj chiclero comprado
en la calle, y que -aunque «Por barato… desechable» (prosema 17,
pag. 32)-, puede ser amado. Y cierra este apartado el autor exaltando los
beneficios de la risa como elemento evasivo del dolor y de las penas (prosema «Burla»,
pág. 33). Y apunta: “Reír de torpezas propias y ajenas me hace inmune a la
burla”. Confirmando cómo en su lucha existencial, el ser humano es capaz de
asirse de todo para sobrellevar los fardos negros de la vida.
Segunda parte: «Cibernando».
Este
segmento lo abre el autor destacando una indisoluble relación que él ve en la
actualidad entre el arte y la tecnología («Artecnología» p.37). Por lo que nos
deja entrever que si algunos animales (irracionales) hibernan, pues, entonces
él (ser racional) ciberna. En tal contexto, sin embargo, expresa el temor de
ser subsumido o transformado (como Gregorio Samsa en la Metamorfosis kafkiana)
por la invasión de los medios y elementos de la cibernética. Por eso («Transfiguración
cibernética», p.38), dice: “siento perder la habilidad de escribir a mano,
ya no puedo vivir sin una computadora, y sin teléfono celular.”
Y agrega: “Temo despertar de un gran sueño a la pesadilla de ser una
estadística, un autómata en espera de identidad”. Y retrata con esto a
la Generación “Z” (generación postmilenial o centenial), que parece
no poder trabajar, estudiar, comer, dormir (en suma: vivir), si no está
conectada al internet. Y, de este modo, enuncia su temor de que todo se vuelva
superfluo al perder su textura real por una virtual (generación Táctil), hasta
en aquello relativo al coito. Pues, refiriéndose a la Post-millennials
generation, se lamenta: “… ridiculizan la expresión romántica
mientras al chatear se mandan flores que cortan de la pradera
virtual, intercambian selfies y en teléfonos celulares hacen
el amor” («Ciber» p.39). Y luego («Tecnología orgásmica», p.40)
añade algo dramático: “Inadvertidamente, esta explosión tecnológica es un
arma embrutecedora de masas. Peligran nuestros hijos en la intimidad de sus
habitaciones y en la calle caminan como zombis cargando en sus manos el
diabólico aparatito con el que masturban la mente”. Y con esto hunde al
lector en un impotente mutismo, pues, en cuanto a los estragos de la
cibertecnología, parece decir toda una tragedia con pocas palabras. Pero, aún,
sigue. Y luego, en el prosema «Psicodelia» (p. 41), el proseta se lamenta
porque en cada uno de los programas y elementos que componen el software,
se denota la ausencia de un poema bien logrado, de un cuento bien contado y la
carencia de construcciones lingüísticas que engrandezcan el intelecto; y, antes
bien, ve que “Demonios bailan al compás de caprichosa clave”. Luego pasa
y establece un símil entre los adictos al “Facebook” (p. 42) y su
perro, destacando que la conducta de oler para identificar a sus semejantes,
orinar para marcar territorio, y deambular sin rumbo cierto, es tanto como el
ir y venir por el laberinto de un Facebook, solo que “En las redes sociales
caninas no hay hipocresía ni vanidad”, sostiene. Con lo cual, en modo tan
particular, el proseta hace escarnio de los avances tecnológicos en la
comunicación social, denunciando el peligro que constituye su mal uso.
Enseguida
sigue, en inteligente y disimulada sorna, en «Rejuvenecimiento aplicado» (p.
43), describiendo cómo la Generación “X”, asoma su nariz y pide
entrar a la tertulia de la Generación “Y”; y, aunque a sus
miembros les falte pan en la mesa, ropa en el cuerpo, y calzado en los pies, “…renuevan
sus votos de juventud (…) gozan la modernidad de su presente con una Laptop en
la frente, el teléfono en una mano y la copa en la otra, mientras esperan el
tsunami de información digitalizada…” presagiando también su temor de que
en este vaivén cibernético “Las mentes enfermas serán reprogramadas” (p.
44) Aludiendo con esto también a la “Generación T”; y, acaso, no es terreno
fértil todo ello para la inserción del microchip en los humanos?
Disgrega
luego, y pierde el hilo temático el autor con su prosema “Somos tiempo” (p.
45). Pero después retoma sus temores sobre el supramundo cibernético, el que lo
viene controlando todo, incluso las finanzas mundiales; el mismo que ha puesto
en un pedestal celeste al sueño americano, del que solo se sabe su cruda
realidad cuando se está ante su inalcanzable altar (prosema «Efecto», p. 46).
En este contexto tecnológico, se lamenta el proseta que de poco sirva este
desarrollo cibernético para acabar con la pobreza, y llama hacker de la
humanidad a la clase política y poderosa que solo busca acumular riqueza en
pocas manos («Inconcluso», p.47). Sin embargo, no todo le parece perdido en
este mundo de las computadoras, pues, en su prosema “Tu abdomen” (p.48) rescata
como único bien el que tal vez en el ciberespacio pueda quedar flotando lo que
no se escriba en papel o, habiéndose así escrito, se destruya; pues, peor sería
escribirlo en la arena o en el hielo, como aquellas ardientes palabras que
dirigió con los más vívidos versos a su amada a través de este prosema «Tu
abdomen».
Con
el prosema intitulado «Futurando» (p.49), (¿influencia de la emisión semanal
homónima que con temáticas tecnológicas hace la Deutsche Welle? Quizás.
Al menos, eso se percibe.), el autor construye un gerundio (y, por
consiguiente, la verbalización: futurar) indicativo de sobreposición temporal
para disgregar sobre el impacto futuro, mediato e inmediato, de ciertos actos
presentes. Lo cual hace a partir del vocablo: futuro. Título bajo el cual,
también, hace un ejercicio de su futuro personal, y donde plasma su temor de
(como la duda de Goethe en “Egmont”, o como la de Rubén Darío, en “Lo Fatal”)
no haber sido ni conseguido nada en su vital discurrir. Por lo que expresa su
temor de llegar a ser parte de “… una generación automatizada”. O
sea, en medio de un ejercicio de reflexión temporal, y por ello existencial,
logra mantenerse en la unidad temática que bajo el neologismo («Cibernando»)
desarrolla en esta segunda parte del libro.
Y
culmina el proseta esta segunda parte de quince piezas literarias, con
demostrada versatilidad escritural, al abordar diversos asuntos de la vida
cotidiana y las comunicaciones interpersonales, sean estas reales o virtuales
(como las redes sociales), pero también denunciando la corrupción moral y
política de la que ha sido víctima nuestra sociedad. Cosa que hace con el
prosema «A ras del suelo» (p. 50), y desenlaza de modo inesperado, con el
prosema «Credo-manía» (p.51), donde suelta una sátira sutil sobre los credos
religiosos adulterados por las clases políticas y círculos de poder;
hilvanando, a su vez, una lista de manifestaciones de su profesión de fe; y, no
obstante, patentizando su temor de ser una figura sin forma, que nunca
resucitará ni reencarnará; aunque, a la vez, se cree susceptible de cambiar si
se sale de la envoltura actual que lo contiene. Tornándose todo esto último en
un aviso o alerta para el convulso mundo actual donde los valores y principios
morales están en peligro de extinción o de ser cambiados por órdenes
tecno-virtuales.
Tercera parte: «Espinas».
Bajo
el epígrafe «Espinas», nos lleva el autor hacia diversas vivencias
que lo han traído por el camino de la vida y de la literatura. Lo existencial y
lo artístico. Así, expone lo que para él significa parir un
poema, con la esperanza de ser leído y valorado («Grano de arena en el aire»
p.66), revelándolo así en «Laxitud» (p.55) y de algún modo en «Pariendo ideas»
(p.61), y, asimismo, en «Desdoblamiento» (p.62). Y luego nos dejar ver una
especie de actuación contemplativa y astrológica, en «No fue casual» (p. 56) y
en «Indefenso ante la noche» (p. 57). Afanes nocturnos y contemplativos que
tendrán su recompensa en una brillante mañana, según lo manifiesta en
su prosema «El insomnio llega» (p.58). Pero esos místicos
afanes no paran ahí, sino que, conjugados con lo cotidiano, le generan fatigas
(Diurnos, p.59) de las que solo vuelve a tener sosiego en la siguiente noche de
tarea creadora. Después, en medio de la fatiga que implica la creación poética
y el transcurrir de la vida («Torciendo el brazo» p.64), en esa libertad temática
que le implica el epígrafe de esta parte, vuelve con «Reto por exprimir el zumo
de la realidad» (p.60) a cierta fatalidad en su existencia,
enfocando esto desde una perspectiva teológica y moral. Fatalidad que, también
expone con visos satíricos, al alegorizar la virilidad humana con la de un
animal doméstico: el perro («Honor y humor», p.63). Y, con no poca resignación,
se lamenta de que el ser humano esté cargado de pasajeros placeres inicuos e
irresistibles («Lógica del horizonte» p.65); pero eso, sí, haciendo la salvedad
de que esta verdad no es absoluta ni generalizada, sino que cada individuo
pensante tiene su propia realidad en esta materia y en todas las que marcan la
vida, incluyendo la religiosa («Esclavo de la palabra» p.67). Y, en este mismo
discurrir, declara que aquellos amantes de podios y tarimas se olvidan que son
nada («Lo más cercano a la nada» p.68), y que el mundo se acabará por su voraz
autofagia, pasando de previo por la deshumanización de la estética –del arte-,
y toda manifestación corpórea del hombre y de la mujer («Mitad ser humano,
mitad silicón» p.69). Enseguida, con un manotazo no exento de mofa, retrata los
días postreros a la juventud («Soplan vientos de otoño» p.70-71) donde la
añoranza y la posibilidad (expectativa y realidad) lidian en todos los
escenarios de la vida, incluido el del deseo de perpetuación de la especie
mediante el ejercicio sexual. Y, en medio de esto, muy melancólico, dicta sus
propias resoluciones para cuando tenga que entrar a la tercera juventud. Y en
tal sentido, encarga lo que ha de hacerse con sus restos (al morir), y
manifiesta que se aferra, como única esperanza, a perpetuarse a través de su
palabra poética («Preliminares arreglos» p.72) dejada para la posteridad. A
pesar de esta esperanza, no obstante, su existencia indomable tiene para
después de su muerte un apocalíptico reclamo dirigido a lo que denomina
Espíritu (así con mayúscula al inicio), a quien ahora considera imaginario
amigo («¿Esperando el paraíso?» p.73). Matizando así con tintes de misterio
teológico esta parte de su poemario, y en donde hurga sobre los vericuetos de
la existencia humana aún en el más allá.
En su
recorrido existencial, en esta tercera parte diserta con la libertad temática
que se ha permitido. Y, metaforizando con los colores del semáforo, traza la
insondable ruta de la vida, y declara que el hombre, en tanto especie humana,
sigue un camino que considera ancho e interminable, en donde, desbocado y sin
frenos, corre hasta que el rojo lo detiene y le impide dar un paso más
(«Colores infalibles», p.74). Rojo que podría ser un hecho relevante
(enfermedad o muerte súbita; accidente de tránsito, fracaso en los negocios, o
cualquier otro suceso decisivo) que modifique o altere la
cotidianidad humana. Y, a la vez, medita y dice que, mientras el inexorable fin
de cada individuo llega, siempre habrá una labor por realizar, incluyendo la de
escribir poesía, con la esperanza de un «Amanecer optimista» (p.75). Y,
concluye este capítulo el autor, refiriéndose al viaje de la humanidad, -y de
todo ser vivo-, describiéndolo como un andar en el tiempo y en el espacio.
Utilizando para ello referencias físicas y metafísicas («Partícula errante»
p.76). Dejando sentada su sensibilidad frente a los altibajos cotidianos y ante
el ocaso de la vida, como expresión de su perspectiva existencial.
Cuarta parte: «Fabulando».
Haciendo
honor al epígrafe de esta parte, con un recurso cristoreferente, y sin salirse
de su estilo fluido y sin rebuscamiento –propio del autor-; ensayando un
discurso irónico y casi paradójico, el proseta sorprende al comenzar este
capítulo fabulando con el Vino (así con mayúscula, por la sustantivación que le
da el autor). Y en tal ejercicio, hace una relación química y espiritual, al
cantar las virtudes del vino, al ser fuente de vida, de gozo y de inspiración;
aunque reconoce que también es provocador de la muerte, si se le abusa («Los
atributos del Vino» p.79).
Salta
enseguida en su proceso fabulador, y canta al antipoeta chileno Nicanor Parra
(05/09/1914-23/01/2018) con el prosema «Renegado» (p.80), el cual introduce con
la formulación de una interrogante basada en el clisé “la inmortalidad del
cangrejo”, para luego dar rienda suelta a un discurso mediante el cual esboza
un retrato del perfil humano y literario de aquel anarquista del arte, quien,
hasta con su prolongada existencia material sobre la tierra, se mostró antitodo
(hasta antiedad, como elemento existencial). Y lo homenajea con acierto al
resumir su persona y su antipoesía, al enunciar: “Tu poesía es un
dedo en la llaga”.
Sigue,
luego, sus dedicatorias (mientras fabula), y ahora hace un ofrecimiento al
poeta nicaragüense Iván Uriarte, a quien, aunque no lo diga expresamente,
considera un Raro que ha nacido, crecido y desarrollado como un árbol fuera del
bosque; pero, árbol que, a la vez, lo cubre todo y forma parte ineludible del
paisaje selvático de la literatura nicaragüense y latinoamericana. Enseguida se
coloca el autor como bendecido del maestro Uriarte, por la dicha de ser acogido
bajo las sombras del ramaje de aquel árbol («Binomio del azar» p.81). Y, ensaya
así el proseta su fabulación, haciendo apología literaria con extracciones
biográficas y artísticas de sus homenajeados. Cosa que logra mediante un
discurso libre de extravagancias y rebuscamientos; sincero y sin lisonjas. Y
resalta con esto su objetivad en el arte y su buen equilibrio emocional al
referirse a otros creadores. Caracteres que también se confirman en el prosema
“Jornada incierta» (p.82).
Luego,
el autor gira 180 grados sobre su eje, y ubica su puntero en el otro extremo. Y
desde ahí sigue ensayando la variopinta de este apartado, ofreciéndonos el
primero de los dos únicos poemas de este libro. (Los denominamos poemas, por la
forma estructural de cada uno.) Siendo este un poema en el que aborda el
racismo como elemento humano, y, por ello existencial. El racismo como tema
siempre actual. Y, así, con el poema «Blanquinegro» (p.83), confeccionado con
heptasílabos y octosílabos, -y por allá un eneasílabo-, pero de rima libre,
reivindica al negro al contrastarlo con el blanco. Advirtiéndose, así, como un
poema-denuncia contra los racistas y antinmigrantes ataques trumpnianos, por
desdicha con ecos universales; ataques que, un tanto exaltado, el autor
describe como “Basura blanca» (p.84).
Sigue
discurriendo (fabulando, como él mismo lo dice), y nos presenta el prosema que
le da título al poemario: «TENACIDAD EMIGRANTE» (p.85). Y con él aborda un tema
muy antiguo y muy actual, como es la migración. Ahí, destaca del emigrante (en
parte lamentándolo, y a veces aplaudiéndolo), la tenacidad con que busca un
destino mejor, después haber salido de su patria. Aborda en particular el caso
de los migrantes centroamericanos, quienes sin importar los embates de “La
Bestia” (transporte mejicano de ferrocarril) o de cualquier forma de viajar, se
enrumban hacia el Norte, tras el dorado “sueño americano” (que muchas veces se
vuelve pesadilla). Y canta la “Tenacidad” con que cada individuo busca “… un
maná de oportunidades…”. Tenacidad que emplean en colectivo para llegar al
destino buscado, y que luego vuelven práctica común y cotidiana en el desempeño
de cualquier labor que los haga sobrevivir. Tenacidad con que horadan la
frontera entre el Águila Calva y el Águila Real; tenacidad con la que rompen un
punto en los 3,185 kilómetros de línea divisoria entre México y Estados Unidos.
Y qué importa si esos pasadizos llevan por los desiertos de Sonora y Chihuahua
(«Flores en el desierto» p.86, y «Tuna brava» p.87), o por Río Colorado o el
Río Bravo (también llamado Río Grande, según el ojo con que se mire). Y, así,
columpiándose entre la melancolía y la exaltación, el proseta profiere:
“… claman los recién llegados hijos del Creador un trato si no
igualitario al menos justo…” y luego expresa: “… los tenaces que
arriesgaron la vida se verán triunfantes en el callejero sudor que han
derramado”. Y, de este modo acredita el autor la “Tenacidad” con que actúa
el “Emigrante” al expatriarse en busca de vino, de pan y de paz. Abordando así,
dentro de su lucha existencial, un tema actual y de escala global, que seguirá
moviendo los cimientos de la humanidad hasta que los dioses lo permitan.
Luego
salta el proseta a otra temática en su libre disertación, y con el prosema
«Abstinencia cívica» (p.88) incursiona en la política, donde, transpirando
pesimismo, denuncia que muchas veces el pueblo calla “… atado a la
razón de un pacifismo forzado…” ¡Oh, cómo se parece esta denuncia a su
Nicaragua de antes del 19 de abril del 2018! Y en medio de su alusión política,
el autor toma viñetas de su tierra natal como pretexto para salir del
pesimismo, y hace una reflexión social y filosófica relacionada con lo que
debería ser y hacer un activo ciudadano del mundo («En medio del camino»
p.94).
Prosigue
su vaivén temático (pero sin caer en el demérito), y luego nos lleva el autor a
lo social y cotidiano, desde la perspectiva de la heroína de todos los tiempos
y espacios: la mujer-madre. A quien, bajo el sugerente epígrafe de «Rutina»
(p.89), el proseta exalta sus virtudes y pone de relieve su apostólica entrega
a la vida de su prole. Y en este tenor, de la mujer-madre describe y valora sus
jornadas sin horas («A paso lento» (p.90). Reflexionando de este modo sobre
otro aspecto existencial de ser humano, como es la maternidad.
Pasa
enseguida, y canta a la mujer-tentación. Sí, a “…esos angelitos que Dios
puso ahí para nuestro deleite aunque al tenerlas nos condenen a la perdición.”
(«Bambolina»p.91). Manifiesta y advierte el autor sobre los placeres femeninos
que al hombre incauto encierran peligros; peligro de ser perturbado y hasta
confinado al ridículo, o a una feliz destrucción. Canta a la
mujer-tentación, a quien se ve en la necesidad de entregarse como mosquito ante
la telaraña, para materializar la conexión telepática que lo une desde antaño
por designio natural («Ondas telepáticas» (p.92).
Luego
de ese ir y venir entre varios temas; algo así como una caminata por muchas subidas,
bajadas y veredas, (Pol-la d’ananta katanta paranta dedojmia t’elson, dice
Homero) por fin llega de nuevo al punto de inicio, donde comenzó a fabular, y
nos habla de la subsistencia del artista y del arte, y en particular del poeta,
quien en medio de los versos y el Vino, se hace millonario aunque sea de
admiración. Y delinea con el prosema «Subsistencia» (p.93) una especie de
metapoesía. Después, cierra el capítulo con una relación de índole existencial,
con el prosema «En medio del camino» (p.94), donde deja establecido que hay un
momento en la vida cuando todo se ve más claro, y que es cuando se deberían
tomar las mejores decisiones.
Quinta parte: «Encuentros».
Por
qué «Encuentros». ¿Acaso en su lucha existencial el proseta cree que salir del
ensimismamiento y venir a los suyos, es la forma cuerda de vivir? Quizás ese
propósito sea el que expone en «El motivo» (p.97), al contar cómo aquel anónimo
aventurero de psiquis enajenada al mundo exterior, pero muy apropiado de su
mundo interno, solo pudo regresar a la verdadera cordura cuando buscó su
entorno y se dio por abandonado por su novia imaginaria, que también pudo haber
sido cualquier otro asunto-problema de la vida. Dejando ver que no siempre lo
que sucede al ser humano, ya sea provocado por cosas o personas, es para
destruirlo, sino que puede ser para volverlo imbatible; pues, hay
circunstancias que parecerían absorberlo y hasta casi exprimirlo, pero que,
enseguida, ellas mismas lo devolverán como el mar a sus muertos, con más fuerza
ante la realidad circundante. Es decir, el proseta filosofa con optimismo y
sostiene como David Lagercrantz (escritor sueco. 1,962) que “lo que no te
mata te hace más fuerte”.
Al
filosofar sobre la vida, es decir, en ese ejercicio de filosofía vital, el
autor intenta mantenerse en el enunciado «Encuentros», para definir los
encantos y los desencantos del ser humano con sus pares e impares, según su
perspectiva descrita en «El motivo» (p.97). Y, alude, así, a esos seres y esas
experiencias que le ha dado la vida, al brindar el relato de dos damas del
mismo oficio, pero que se desempeñan en distintos horarios y espacios («Calle
sin salida» p.98), mostrando en ello su preocupación por esas fatalidades que
día a día resultan amenazadoras para esas damas del oficio antiguo, como
peyorativamente se las califica.
En
sus “Encuentros” el autor ofrece «Equino en equinoccio» (p.99), para
mostrarnos la bucólica estampa de un jinete, con su equino y su
perro (al mejor estilo del novelista James L. Nelson –1962, Lewiston, Maine,
Estados Unidos- descritas en “Vikingos: una saga nórdica en Irlanda”),
ubicándolos en un paraje que bien pudiera estar en el Caribe nicaragüense o
centroamericano, donde siempre hay un cocotal; manifestándonos la levedad del
ser y por ello el deseo de vivir intensamente bajo la embriaguez producida por
la hierba verde, el hombre; el perro, su mejor amigo, deleitándose en el sexo,
sin prestar atención a nada más; y el caballo, que se va en busca de alivio en
la pradera. Constituyendo lo extraño, dentro del formato general de este
poemario, el hecho de que la estampa bucólica «Equino en equinoccio» la haya
encasillado en el clásico formato del soneto con influencia rubendariana. Sí,
en el soneto revitalizado por Darío al hacerlo con versos de catorce silabas
métricas –versos alejandrinos- y rima consonante o perfecta. Lo cual no
demerita ni el poema ni el poemario, sino que, antes bien, confirma la
versatilidad del autor para poetizar bajo las diversas formas que tiene la
poesía, y mantener su discurso general.
Pasa,
luego, el autor a deleitarnos el tímpano con una intencional aliteración
cargada de fina ironía, con su prosema «Sujetos no sujetos» (p.100), mediante
el cual retrata la realidad social centroamericana, donde campea la inseguridad
ciudadana. Inseguridad en parte alimentada por la conducta coimera de la misma
gendarmería, a la que, según el argumento oficial, se le dificulta atender sus
deberes, debido a lo esquilmado del Presupuesto Público. Aludiendo así, al
desinterés gubernamental sobre este rubro. Y, refiriéndose, al mismo tiempo, al
grosero y morboso vuelo de la “Nota Roja”, con la cual, junto a otras
manifestaciones de los mass media, se complace a la Civilización
del Espectáculo (por decirlo en palabras del nobel Mario Vargas Llosa). Vuelo
bajo en el que, en caída libre, parece ir un significativo segmento del
periodismo. Y quizás por eso, el autor hace y ratifica su denuncia social desde
una perspectiva filosófica existencial como parte de la colectividad, donde
impacta directo la delincuencia y la nota roja.
Regido
a sus «Encuentros», en “Boda de un agente de seguros sin cobertura” (p.101),
refiere el autor una anecdótica conversación que devino en una sátira que al
alimón hiciera con el (poeta Iván Uriarte) prologuista de este su tercer
poemario. Y otra vez, y con el concurso y complicidad de su amigo, el proseta,
en medio de su tenacidad vital, deja cachaza para filosofar sobre las
fatalidades así como sobre las nimiedades de la existencia humana, frente a las
cuales reírse de todas (y hasta reírse de uno mismo), constituye una manera de
evadirlas, y también de confrontarlas. Luego en «El vuelo del gallinazo» (p.102)
retoma el autor el tema de la política, y mediante una alegoría fabulesca, en
modo sutil, expone la convivencia acordada entre aves carroñeras, que en afán
de rapaz aprovechamiento, fueron capaces de establecer consenso entre sí. Sin
dejar de referir al águila calva cuyas actos rapaces aguijonean a los
emigrantes, (manteniendo la temática general de su poemario). Dejando, así,
constancia del proceder de la clase política de los países en vía de
desarrollo, cuyos actos son los detonadores de las más agudas migraciones
humanas.
Luego
nos vuelve a sorprender el autor con su fábula «Ardid de ardillas» (p.103-104)
al entrar al mundo de la economía y las finanzas, en donde danzan ardillas de
altos ramajes (¿o buitres?). Y fabula el autor indicando cómo procede en
intrincadas madejas el personaje de su prosema, la “ardilla inversionista”,
hasta dar certeros golpes a los incautos que en ella creen; acotando el autor
que dichas ardillas se mueven en todos los estratos sociales y pueden estar ahí
mismo al lado del amado lector. Deviniendo, así, esta obra en una verdadera
denuncia contra los roedores que se mueven tras bastidores en el sistema
económico de nuestros países. Y, por lo cual, refuerza el autor la denuncia
social contra aquellos males (corrupción política y económica) generadores de
pobreza y miseria y, en consecuencia, de migraciones humanas.
En
estos «Encuentros», y amparado en la alegoría de una boda realizada en una
villa que ubica el autor en el Estado de California (EEUU); villa que bien
pudiera estar en Beverly Hills o en el mismo Hollywood,
donde Mefistófeles (y no necesariamente el creado por Goethe en el Fausto)
anda como Pedro por su casa, en medio de variadas y bizarras actividades
psicoactivas; ahí nos ubica el autor para referirnos la distancia entre Pluto y Penia;
es decir, la diferencia entre el derroche y la carestía; más bien dicho, lo
distante que está el que lo tiene todo, del que nada tiene. Riqueza y miseria,
como polos opuestos. Preocupación existencial constante del proseta en la
temática general de este poemario.
Y
retorna otra vez el autor con visos de narrador, y, bajo una disimulada
influencia garciamarquezca, nos cuenta, en su estilo directo y sencillo, los
últimos momentos vitales de un viejo lobo de mar llamado Ismael («Llámenme
Ismael» p.106-107). Aludiendo, a través de este prosema, no solo a la
descendencia del primogénito del bíblico Abraham (Ismael versus Israel;
y por lo cual el Oriente Medio se debate en guerra sin fin.), sino que entra a
debatir con esto sobre el existencialismo subjetivo y objetivo. Cosa que
patentiza en «Bronceándose por dentro» (p.108), donde señala, que ante los
diversos obstáculos de la vida, se debe reaccionar con la «Persistencia»
(p.109) de la araña; y, por lo cual, canta al optimismo vital con que ha de
actuar el ser humano en su existencia. Y, sin pretender que el mal de muchos
sea el consuelo de los tontos, se da cuenta, sin embargo, que no lucha solo;
que en sus cercanías, y aún más allá donde su vista no alcanza “otros
persiguen la sombra de su propio árbol en la misma postración”; y que
siempre hay un poeta que “…idealiza la razón de su existencia”. Y cierra
su poemario (¿o prosemario) dispuesto a esperar su desaparición; y sabiendo que
solo con filosofar y hacer saber sus sanas intenciones, no cambiará el mundo,
sino que es necesario actuar en colectivo. Por lo que, resignado ante la
realidad, dice: “Me sentaré a esperar el rapto extraterrestre… o los
clarines del empíreo anunciando el final, lo que venga primero”;
concluyendo de esta manera y mostrando que aún cree en Dios y aun habla español
en medio del gigante anglosajón que lo ha acogido.
Palabras finales:
Decidiéndose
por la poesía en prosa, como forma predominante para vaciar el magma de su
personal volcán (y por eso, en vez de poeta lo hemos
llamado proseta), en «TENACIDAD EMIGRANTE» el autor Iván Figueroa,
después de haber entregado a sus lectores dos poemarios anteriores, muestra una
literatura no necesariamente madurada (porque no hace falta), sino producida en
madurez; y por lo tanto, cargada de experiencias vitales. Vivencias por las
cuales ha discurrido desde sus años mozos en su tierra natal hasta sus días de
madurez en el exilio voluntario. Entregando así a sus lectores una obra de gran
calidad literaria por su belleza lingüística devenida de su fluidez discursiva,
propias de un estilo sencillo y directo, libre de rebuscamientos y de pueriles
e innecesarias adjetivaciones. Así, entonces, Tenacidad emigrante,
por su temática general, en tanto evocativa de la existencia humana (de lo
existencial), es un texto artístico-literario que debe ser leído e interpretado
como un todo, sin menoscabo de irlo escudriñando de parte en parte, para ir con
el autor en medio de la esencia humana y sus diversas fases.
Excepto
los poemas «Blanquinegro» (p.83) y «Equino en equinoccio» (p.99), el autor se
decidió por volcarse a sí mismo a través de la poesía en prosa, la cual no
consiste en pasar simplemente un poema de verso a prosa, como pudiera creerse,
sino que es manejar la prosa como potenciador de lo lírico; donde se ha de
dejar que la prosa absorba a la poesía, y que presente lo bello con todos sus
alcances y matices, como presentando una estampa en pleno movimiento, como lo
dice Ezequiel D’León.[ii] Dándosele por ello la
designación de prosema a esta forma de poetizar; en donde, aunque no haya
verso en el sentido métrico, rítmico y de rima, sí hay lirismo y estética.
Prosema
es como dio en llamar a esta forma de poesía el maestro Ernesto Mejía Sánchez[iii] a mitad del siglo XX, cuando La
Generación poética de los 40, a la cual perteneció, en Nicaragua,
puso en boga esta forma de escribir poesía. Forma que ahora se ha propagado por
toda Iberoamérica. Y según el poeta Julio Valle-Castillo, el maestro Mejía
Sánchez decía que un prosema debía ser breve, intenso y con una fuerza interior
anárquica[iv] (tal cual son los de este poemario de
Figueroa). Forma de escribir poesía que en nada tiene por envidiar a las viejas
y encasilladas formas de poetizar. Por lo que al comunicar su arte en esta
forma muy moderna, y con un enfoque temático de reinante actualidad, al autor
debe estimársele cumplidor de su compromiso de expositor de su tiempo y de su
espacio, y revelador profético. De manera que cualquier error tipográfico o de
cualquier naturaleza ligada con la presentación física de esta obra, es indigna
de mancillar ni en lo mínimo la grandeza de este poemario, que con un lenguaje
penetrante, por ser sencillo y directo (y no por eso carente de estética), está
llamado a ser cada vez más valioso en la medida que vaya transcurriendo el
tiempo.
[i] Cortázar, Julio. Cuentos Completo.
Editorial Alfaguara. Buenos Aires, Argentina. 2010.
[ii] dice Ezequiel D’León.[ii].
Ensayo titulado: “Poesía en prosa. Publicado en la sección cultural del Diario
La Prensa, Managua, Nicaragua. 08/06/2013.
[iii] Ernesto Mejía
Sánchez (Masaya, Nic. 1923- Mérida, México, 1985). Creador de un nuevo género
literario llamado Prosema, constituido por textos liricos breves, escritos en
prosa pero con un toque narrativo.
“El principal aporte de Mejía Sánchez a la moderna poesía hispanoamericana
es ejecutar el poema en prosa, que retóricamente debía de hacerse en versos”.
Julio Valle-castillo, La Prensa Literaria, Managua, Nicaragua, 05 de julio del
2008.
[iv] Citado por Danae Vilchez, en su
ensayo “La vida y obra del escritor Ernesto mejía Sánchez: un intelectual
integral”. Publicado en Confidencial.com.ni el 18 de febrero del 2016.