¡Ah, el tiempo!
Es el agua de la vida que debajo
del puente pasa
para volver nunca más.
Es la máquina que tritura
sentimientos,
propósitos e ilusiones, sean
estas malas o buenas,
sin dar lugar jamás a retrocesos.
Solidifica o disuelve amores y
odios.
Germina e impulsa a crecer,
deja dar frutos y luego hace
perecer
a las que así quiere de las
muchas semillas
que al surco de la existencia
llegan;
y, sin piedad deja morir a otras
aunque con esmero el hortelano
siembre.
Es sustancia que trasforma lo
nuevo en viejo,
y lo viejo enseguida lo
desaparece.
Este sujeto alimenta la nostalgia
y da rienda suelta a la
melancolía.
Es travieso cuando se anida
en el pensamiento humano,
donde en casos repetidos
provoca anhelos de revivir deseos
idos.
Hace cosquilla en el rincón del
azul pájaro dariano,
llevando a veces a libar a ciegas
la dulce cicuta.
Es cruel su paso según la herida
del alma desdichada,
aunque a la postre siempre es el
remedio de todos los males.
¡Ah, el tiempo!
Ese viento que pone punto y coma
con negrilla
en las pascuas de navidad y de
año nuevo,
o al conmemorarse la pasión del
Cristo Redentor;
momentos en que se subrayan los
pesares que padece el humano,
ya sea porque ha visto entrar al
sueño eterno a uno de los suyos,
porque padece una agonía que al
final llevará la carne al despeñadero,
o porque llora la dicha perdida o
la ilusión no conseguida.
¡Ah, el tiempo!
Ese dios que no se
ve ni se siente,
y que va ahí al lado de todo ser
vivo para marcar su sendero,
es el que lo toma, lo forma y lo
transforma todo
para luego desaparecerlo ante el
ojo hecho de limitada materia.
Tiempo maloso, no
me digas nada;
no trates de explicarme el porqué
de mil arrugas
en el rostro de aquella nodriza
que tuve en el norte de mi patria.
No quiero oír tu voz hablando de
mi madre,
quien temprano se me fue porque
le negaste un poco de tu esencia.
Tampoco necesito tus
explicaciones acerca de mi padre,
porque nunca serán
suficientes mil años
para contar con lo
más grande y sagrado
como es la presencia de quienes
me procrearon,
y de todos los cercanos o lejanos
que mi existencia han marcado.
Haz tu trabajo, y déjame en paz,
tiempo ensimismado,
que ya sé cómo operas a la sombra
de las noches
y detrás de la luz
de cada día.
Déjame continuar este camino de
alegrías y tristezas,
y, aunque sea por un corto
espacio de este sinuoso trayecto,
olvídate de mí y de los míos,
dejándonos tranquilos,
pues, ya sabes cuánto le temo a
la materia cuando inerte se vuelve.
NG. Navidad del 2016
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