WILLIAM
IRVING HOWARD LÓPEZ Y EL
POEMARIO
DE AQUÍ Y DE ALLENDE LOS MARES.
Por
Richard Wilson A.

El 4 de
marzo del 2021, un caballero de andar pausado, de pulcro vestir y de mirada
soñadora, me fue presentado. Se me dijo de él que era un abogado y notario devenido
para entonces en titular de una Judicatura en la ciudad de Masaya, mas la conversación
entablada me hizo llegar al afrodescendiente y poeta que es. Pues, en coautoría
con el poeta caribeño Eddy Alemán Porras, en el 2015 publicó el poemario
Amando
en la lucha; así mismo, supe que su poesía forma parte de la antología
La
Autonomía en la poesía de la Costa Caribe Sur… homenaje a Rubén Darío
(2016), y de la
Antología conmemorativa amor, desamor, nostalgia (Guatemala,
2018). Y por esto mismo, es miembro del Circulo Literario
Rodrigo Delgadillo León, de la ciudad de Masaya; y de la
Asociación de poetas y escritores del Caribe
Nicaragüense Anthony Campbell
de
Bluefields. Su presencia en la tierra que desaparece las bananas ante los
ojos de aquel que las desprecia (en Nueva Guinea, Caribe Sur), donde en aquella
fecha se esparcirían al aire libre los versos del caribe y de cuántos así lo
quisieran en el VII Festival de poesía, fue para mí la comprobación de que estaba frente a un amante de la literatura. Cosa que confirmé cuando el mismo William Irvin Howard López, me dijo:
—-¿Usted
ya tiene mi poemario Mi viejo, su pueblo
y sus viajes?
—En el acto
de cierre del Séptimo Festival de poesía de
Nueva Guinea, celebrado el año pasado, me lo obsequió el poeta Eddy Alemán —le
respondí cargado de vergüenza. Y agregué:— Lástima. Tan solo le leí la
introducción, lo puse en la mesa donde sirvieron la cena y de un momento a otro
alzó vuelo y se me fue.
Dos días
después de ese intercambio de palabras, al clausurarse el VIII Festival de Poesía del 2021 de Nueva Guinea, detrás de una espontánea sonrisa
que se le dibujó en el rostro de afro-chorotega, vino el ofrecimiento:
—A usted
quiero darle un ejemplar de mi poemario.
Se ausentó por instantes y dos
minutos después, ante los ojos de la cómplice de la prolongación de mis días, recibí
un ejemplar del referido poemario con esta dedicatoria: A
Richard Wilson A., con sincera estima W. Howard López. 6 de marzo, 2021.
Se trata
de una obra de cien páginas impresas en papel bond 40, con una cubierta de
sulfito emplasticado a todo color. En su portada está la imagen de la Iglesia
Morava, una muestra de la arquitectura moderna que se yergue sobre el paisaje bluefileño,
y una panga de motor fuera borda que zarpa del Muelle municipal hacia el
destino cotidiano.
Ya entrando
en el libro, a tan solo tres hojas del inicio, mediante un dibujo al carbón del
artista Ronald A. Navarrete Orozco, la obra nos deja ver a don Irving Milton
Howard Hodgson (Bluefields 1930-2014), personaje de los versos que pueblan sus páginas
tan solo después del prólogo de Carlos Castro Jo (el soñador que cuanto más se
aleja de su patria, más se entraña en su amado Bluefields).
Y, así,
sucede la aventura que el autor nos manifiesta en lenguaje diáfano y cotidiano,
y no por ello menos poético, retratándonos primero a Bluefields, el pueblo de
su padre, para luego hacernos ir en los viajes
de su viejo; y hablarnos, enseguida, del gran viaje del promotor de su existencia. Hace el autor en esta
obra un símil de la vida misma con cada una de estas tres secciones que la
componen, al ubicar al humano en su base de operaciones (Bluefields) desde
donde emprende los diversos viajes que implican la cotidianidad y que constituyen
las acciones previas al Gran viaje de
donde ya nadie vuelve.
Y de este
modo, en la sección primera, el poeta alude a los parajes de la geografía
encantada y encantadora de aquel pueblo de Kukras y de Ramas, que yace a
orillas de la bahía en la que en 1602 el neerlandés Abraham Blauvelt o
Bleeveldt (se dice que de este nombre se deriva el nombre Bluefields) se enquistó
y, por su posición estratégica, la tomó como punto de partida de sus actos bucaneros
y belicosos. Alude el autor sus vivencias cotidianas al lado de su progenitor;
refiere al puerto del Bluff; a los afrodescendientes y a toda esa
plurietnicidad (misquitos, ramas, mayangnas, creoles, mestizos y hasta a los
chinos) que caracteriza al terruño caribeño nicaragüense, pasando por los
infaltables personajes populares (como Mendiola Pajita o Miss Magga) que han
marcado la cotidianidad de la bahía blufileña, hasta desembocar en el festivo
acto en que el negro celebra con sopa marinera la alegría de un alma en libertad.
En la
segunda sección poetiza el autor las vivencias no exentas de vicisitudes que su
padre tuvo durante los años en que curtió su afán marinero, y que lo llevaron
desde la cercana Mosquitia Hondureña hasta las lejanas tierras del griego
Ulises. Nutridas son las descripciones subjetivas de Hawái, de Las Bahamas, así
como de las aventuras de la colonización a la inversa que negros del Caribe
hicieron en las occidentales tierras africanas al formar la Liberia del
continente negro. Así, la segunda sección de este poemario está llena de poesía
subjetiva, lo que a mi entender es ya característico de este autor, pues, a
través de ella nos hace reflexionar que la vida es efímera como los tulipanes
holandeses que el viejo lobo de mar, padre del autor y personaje de su obra (Irving
Howard Hodgson) acarició a su paso por los países bajos. Asimismo, hace poesía
con los retazos de la historia que su padre desprendió de las vivencias
marineras que supo de la Francia revolucionaria del siglo XVIII. Y sin alarde
ni exageración, el poeta expone en forma lírica y a la vez épica, cómo el
personaje principal de su poemario, en su calidad de navegante, surcó los mares
del Japón e impuso su impronta de afrodescendiente en el lejano oriente, y,
así, también en el oriente medio, pasando por los extensos mares de arena de
Egipto, evadiendo con temblor y temor las nereidas y las sirenas del Mediterráneo,
soslayando al imperio Persa y al imponente Dubái, desde donde mediante un deseo-poema
testó el personaje de su obra y le impuso al autor el deber de consolar a la
autora de sus días en caso de no volver al hogar.
Luego,
como siguiendo un itinerario existencial, el autor traza la tercera sección del
libro, intitulándola en forma sugerente: El
gran viaje, en la que describe sus angustias cotidianas contrapuestas a la
esperanza de alguna anunciación que le trajera consigo la resurrección y con la
cual pudiera desaparecer los dolores existenciales. Y, así, entre actos mimosos
y consentidores, entre la evocación de viejas hazañas personales y marineras;
entre expresiones de consuelo y de reflexión, prevé el autor junto a su padre
un horizonte esperanzador que lo hiciera desembocar a través de las páginas de
este libro, como si de salir de un mar hacia otro se tratara, a un mundo ya sin
su padre, en el que ya iría preparado el autor para forjar su propia forma de
navegación allende los mares de la vida en los que embravecidas olas lo esperarían
para probar si está hecho de la misma madera con que fue formado su padre.

Estos,
pues, son poemas épicos, pero también liricos; más no líricos porque el autor
plasme su sentir o su reacción frente a lo que pudo haber vivido él en directo como
individuo, sino por lo que producen en él las vivencias de su padre. Y por tal
razón creo que son poemas subjetivos, pues, traen consigo la admiración o la
reacción del sentir de quien oye al ser que más ama y que más admira como su
héroe personal. Es poesía subjetiva quizás en contraposición de la poesía
exteriorista cuyo creador y máximo exponente es nuestro coterráneo Ernesto
Cardenal, porque expresa su reacción a partir de lo que siente y piensa de lo
vivido por su padre. Por lo tanto, este conjunto de poemas venidos en el libro Mi
viejo, su pueblo y sus viajes es una obra llamada a ser leída, y,
sobretodo, sentida, como deber ser toda la poesía.
Por lo
antes dicho, considero que este libro debería estar a disposición del público
del Caribe nicaragüense, así como de toda Nicaragua, pues, en sus páginas, y a
través del personaje que lo motiva, se retrata la cotidianidad, la historia y la
geografía de Bluefields y del Caribe nacional, tierra de misquitos, de ramas, de
garífunas, de mayangnas, de afrodescendientes, de creoles, y de mestizos, que la
aman, ya sea porque residen en ella o porque la llevan consigo.
Costa Caribe Sur, Nicaragua. Abril 13 del 2021